La música yámana se caracterizó, al igual que la de todos los pueblos fueguinos, por la ausencia de instrumentos musicales. La voz cantaba sola, toda la música se basaba en cantos de frases muy cortas, repetitivas, en que se describía el mundo circundante. En ocasiones se usaban objetos diversos para producir ruido (pieles, palos) o un ocasional “pito” de esófago de pato, del cual no se conoce ningún ejemplar.
El canto alcanzaba su clímax en las ceremonias grupales de iniciación masculina, en que se representaban los distintos animales de la fauna local mediante pinturas corporales, bailes y movimientos y cantos repetitivos. Cada animal, cada elemento geográfico o natural tenía su canto, que servía para restablecer el contacto, la relación de reciprocidad necesaria para el equilibrio entre el hombre y la naturaleza. Para los yámanas, el pueblo más austral del mundo, el ambiente natural en que vivían –para nosotros frío, tempestuoso, agreste y difícil– era hermoso y difícil, imponente y fuerte; era el compañero de viajes, el referente para conversar y conocer las maneras de vivir. Su música reflejaba el estrecho vínculo que logró establecer este pueblo con su geografía, fruto de una adaptación milenaria de antepasados que forjaron una cultura que desapareció sin que apenas la conociéramos. Cuando en 1976 se prohibió la ceremonia de iniciación, se terminó para siempre la cultura yagan, se acabó el último canto del pueblo más austral del planeta.