De la música prehispánica de Chile tenemos muy poco conocimiento directo: apenas algunos instrumentos arqueológicos que se conservan en la medida que el ambiente lo permite; si bajamos hacia el sur se van perdiendo, ya que las maderas y cueros que componen la mayoría de ellos no se conservan. Si, por el contrario, miramos las tradiciones que se han mantenido hasta hoy, el panorama es mucho más nutrido. La música siempre fue parte importante de la vida ritual (sin música casi no hay ritos) y el resumen más interesante lo tenemos a partir del período en que Tiwanaku influye en las tierras del norte, aproximadamente entre el 400 y el 900 d. C. El desarrollo de las músicas comunitarias, las orquestas, en el norte (Arica), lleva a privilegiar el siku, con su intrincado sistema sonoro basado en diferentes largos de cañas. En Pica y Atacama, en cambio, se desarrolla un complejo ritual basado en la antara de sonido rajado, intenso y atonal, que acompañaba el sacrificio humano por decapitación, con personajes enmascarados y el uso de sustancias psicotrópicas. Todo lo que ocurre en Atacama va influyendo las culturas hacia el sur, en las regiones del Norte Chico y Zona Central, donde fueron mutando estas influencias y naciendo instrumentos de piedra más elaborados, como la pifilca que aún usan en los “bailes chinos”. Más al sur, en la zona de Araucanía, la tradición musical es más independiente de lo que pasa al norte, y con el tiempo se van creando una cantidad de flautas de piedra de diferentes formas y tamaños, acompañadas de un complejo instrumental que todavía se conserva en la cultura mapuche. En el extremo austral, en cambio, no existen los instrumentos musicales, solo la voz y el acompañamiento muy ocasional de objetos para hacer ruido.