La decisión de un viaje
A mediados de 1536, Diego de Almagro comenzaba a preparar el viaje de regreso al Perú. Las dificultades vividas en los valles de Chile central, los levantamientos indígenas, las aspiraciones no cumplidas, eran motivos importantes en su decisión. Más aun, para él las noticias recibidas del Perú sobre el alzamiento dirigido por Manco Inka Yupanqui o Manco Cápac II, uno de los primeros “rebeldes” de Vilcabamba, acentuaba la gravedad de la situación: estaba en jaque la conquista de Los Andes y había que retornar rápidamente.
Sabía que una vez que llegase al valle de Copiapó tenía dos alternativas. Una era devolverse por donde había entrado, llegar al portezuelo de los Andes a la altura de Copiapó, cruzar al noroeste argentino, Bolivia y Perú, pero sus hombres aún mantenían vivo el recuerdo del paso cordillerano. El angosto sendero, los farellones, el viento fuerte, el frío seco, los truenos anunciando la tormenta de nieve eran vivencias que no querían repetir. El otro camino era por el valle de Copiapó e ingresar al despoblado de Atacama, atravesar los desiertos del Norte Grande y llegar al sur del Perú. Esa fue la ruta elegida. La travesía no sería sencilla y había que tomar las precauciones necesarias. Una embarcación apoyaría el viaje de los expedicionarios: la San Pedro navegaría con hombres que desembarcarían al norte del despoblado de Atacama, dirigiéndose a “Atacama la Chica”, hoy Chiu-Chiu, y “Atacama la Grande”, el actual San Pedro de Atacama. Ellos reunirían los alimentos necesarios para esperar a la hueste almagrista.