La cosmovisión mapuche explica que al principio sólo había aire y su dueño Ngen era un espíritu poderoso que vivía con otros espíritus. Algunos de ellos disputaron su dominio y dijeron: “Nosotros mandaremos ahora porque somos muchos y él está solo”. El más poderoso se enojó, reunió a los espíritus buenos que quedaban y apresó a los malos. El dueño de los aires pataleaba y de rabia lanzaba fuego por sus ojos. Entonces, él y los demás espíritus buenos escupieron a los malos y sus cuerpos se transformaron en piedras. El dueño las pisó y por su pesantez cayeron, el aire se abrió y los espíritus se deslizaron rompiendo la bola que era la Tierra. Se desparramaron los espíritus de piedra y se convirtieron en montañas. Los que no habían sido alcanzados por los esputos, eran de fuego vivo y quedaron atrapados entre los pétreos. Como no podían escapar, lidiaban entre ellos intentando salir. Al ser ígneos sus cuerpos, a veces reventaban y producían humo, el fuego y el ruido de las montañas. Se piensa que aún esos espíritus malos continúan prisioneros. Pero el dueño del aire dejó escapar entre las cenizas y el humo a otros espíritus menos malos que permanecieron suspendidos del cielo y que en las noches brillan como luces por la incandescencia de sus cuerpos: son las estrellas.
Los espíritus lloraron muchos días y noches y sus lágrimas cayeron sobre las grandes alturas, arrastrando cenizas y piedras, formando así los ríos y los mares. Los espíritus malos que quedaron dentro de las montañas son los Pillanes que hacen reventar los volcanes.
Como no había nada en la Tierra, el espíritu poderoso envió a un joven hijo suyo y, a pesar de los ruegos de su madre por impedirlo, lo empujó a habitar en ella. Después, tomó una estrella y la convirtió en mujer; la sopló para que volara hasta el joven. La tierra estaba dura y las piedras le dañaban los pies, por eso el dueño de los aires ordenó que naciera pasto muy blando y flores: ella, jugando, las deshojaba y entonces se convertían en pájaros y mariposas, y los frutos que comía mutaban en árboles. El joven estuvo muy feliz con su mujer. El espíritu grande hizo un hoyo entre los aires para mirar hacia la Tierra, y cuando lo hacía brillaba y daba calor. También la madre posaba sus ojos por la hendidura dejando filtrar una luz blanca y suave.
Los espíritus de los volcanes seguían enojados, y uno se enamoró de la mujer, pero como no podía escapar de su morada su rabia crecía. Este Pillán habló con una mujer, un espíritu malo, muy envidiosa, que se sacó un pelo muy largo y lo lanzó fuera del volcán. Al salir, el cabello vivió y se convirtió en una culebra delgada que se arrastró hasta donde dormían el hombre y la mujer como hermanos.
Algunos sostienen que cuando fueron creados estos primeros mapuches –que andaban desnudos porque Dios quería ver si aguantaban el frío– había culebras que caminaban como ellos y que influyeron para que la gente se cubriera el cuerpo con nalcas. Enojado, Dios castigó a las culebras quitándoles los pies, para que se arrastraran.
El espíritu poderoso se enfureció también con el hombre y la mujer porque escucharon a la serpiente. Tembló la tierra y rugieron los volcanes, todo lo creado fue destruido. Solo quedaron el hombre, la mujer y un copihue blanco. Se cuenta que esta pareja tuvo descendientes: un tigre, un león y una zorra y otros vástagos llenos de pelos que huían de sus padres. No había luz y reinaba el frío y la noche. La Luna abrió un hueco para mirar a su hijo y dejó caer varias semillas que la mujer sembró. Tuvo después otro niño, un hombre muy bueno y bonito. La mujer le cantaba tan lindo a este niño que el espíritu poderoso abrió un portillo para saber por qué la mujer hacía eso. Todos los días se asomó a escuchar el canto y así volvió de nuevo la luz de oro, crecieron los árboles, las plantas y las frutas. Pero los hermanos sintieron celos de este niño y uno lo mató, su sangre cayó sobre el copihue y lo tornó rojo. Los hermanos y las hermanas se casaron con animales y tuvieron familia. De ahí provienen los mapuches: valientes como el tigre y el león, y astutos y prudentes como el zorro.
Mitos de Chile
Diccionario de seres, magias y encantos
Sonia Montecino Aguirre