La evolución de las sociedades se clasifica en Modos de Vida que sintetizan la forma principal en que la gente se organizó para subsistir, recurriendo a cierta tecnología y explotando determinados recursos. Este diagrama presenta la evolución de los distintos
Modos de Vida de las poblaciones originarias en las principales áreas geográficas de Chile.
La creciente importancia en la economía de las cosechas y la incorporación masiva de cultivos que deben ser cuidados más atentamente, y requieren de riego, especialmente el maíz, llevo a la formación de un modo de vida que gira en torno a ellos. Las sociedades agrícolas se caracterizan por un control de la reproducción y crecimiento de las plantas, para los cuales, además,se deben construir y mantener obras de regadío comunales (canales, bocatomas o estanques).
Esto conlleva el desarrollo del control sobre el territorio, la sedentarización y una organización social en la cual es necesaria una mayor integración entre las personas. Surgen los asentamientos más aglutinados y la organización social se hace más compleja.
El sostenido crecimiento de la población, así como la interacción con una ideología que cerca del año 1000 d. C. se expande desde el norte, provoca en las poblaciones Llolleo un cambio en su modo de vida, especialmente por una vinculación mayor con la agricultura del maíz. Esta actividad económica que demanda un mayor grado de sedentarismo, la realización de actividades comunales para regar las plantaciones y un mayor control sobre el territorio detonará un cambio revolucionario que desembocará en la formación de la cultura Aconcagua.
No obstante, al igual que sus antepasados, la economía de estos grupos seguirá dependiendo de la caza de animales silvestres para abastecerse de proteínas animales, ya que los camélidos domésticos solo ingresarán a Chile Central con la expansión Inka. Los asentamientos de estas poblaciones se dispersan por todos los valles, la costa y la cordillera, en lugares como La Dehesa en Santiago, El Manzano en el Cajón del Maipo o cercanos a la laguna costera de Matanza, en la V Región.
El modo de vida hortícola de los grupos El Molle, habitantes tradicionales de estas tierras, se enfrentará hacia el año 900 d. C. a las necesidades que demanda un mayor énfasis en el cultivo del maíz. Junto con esto, la tradicional relación de estas poblaciones con las sociedades del noroeste argentino traerá a estas tierras nuevas influencias culturales, proceso que desembocará en el la formación de las culturas Diaguita y Copiapó, y que tendrá también efectos en las sociedades que habitaban más hacia el sur, especialmente Aconcagua y El Vergel.
El modo de vida agricultor llevará a los Diaguita y Copiapó a la total sedentarización y radicación de la mayor parte de la población en aldeas cercanas a los campos de cultivo, tal como el asentamiento Diaguita ubicado bajo el centro de la ciudad de La Serena o el Copiapó de Punta Brava, aguas arriba de Tierra Amarilla. No obstante esto, a diferencia de grupos de más al norte, este modo de vida no incluyó la ganadería de camélidos, los cuales solo llegan a este territorio como parte de la expansión Inka. Desafortunadamente, los estudios sobre estos grupos se han concentrado en los extensos cementerios, tales como el Diaguita de Altovalsol, en la desembocadura del río Elqui, o el Copiapó ubicado en Huasco Bajo y es poco lo que sabemos de los lugares donde vivieron, que nos hablan más de su modo de vida.
La intensificación en la dependencia de los cultivos, que se hizo más fuerte al aumentar las cosechas de maíz, junto con influencias ideológicas llegadas desde el norte, llevaron a los grupos Pitrén de la porción más septentrional de su territorio a adoptar un modo de vida mucho más sedentario que en el pasado, desarrollándose la llamada cultura El Vergel. Si bien no incluyeron animales domesticados en su economía, hay evidencias de que estos grupos transportaron guanacos en balsas a sus asentamientos insulares como en la Isla Mocha,lo que permite suponer que sí amansaron a estos animales silvestres, un paso inicial en su domesticación.
A la vez, siguiendo la tradición de sus ancestros, una parte importante de su economía dependía de los recursos naturales brindados por bosques, lagos y costas. Desde El Vergel surge la cultura Mapuche, en profundo proceso de trasformación producto de la guerra contra los españoles y del previo enfrentamiento e interacción con las avanzadas Inka.
En el contexto de la prehistoria de Chile, hay dos momentos en los cuales se produce una ruptura diametral en los modos de vida imperante con la imposición foránea de formas económicas y sociales del tipo estatal.
En estos casos, el modo de vida se organiza en torno a una autoridad centralizada, que organiza la economía a una escala macroregional, la presencia de Tiwanaku en el norte árido y la expansión Inka en la mitad norte de Chile.
Las distintas sociedades que habitaban casi toda la mitad septentrional de Chile, ya fueran grupos aldeanos agroganaderos o nómadas cazadores recolectores, se enfrentan a partir del año 1400 d. C. a un cambio diametral de su modo de vida: la incorporación forzosa al Tawantinsuyu, el poderoso imperio Inka que desde el Cusco se expandía entre el sur de Colombia y el centro de Chile. Su presencia implicó que las actividades económicas, antes estructuradas para el autoabastecimiento o el intercambio a pequeña escala, se planificaran en función de los intereses del Estado. Aparentemente, el mayor interés del Inka en el actual territorio chileno estuvo centrado en los recursos mineros,
destacándose especialmente en centros de procesamiento de minerales, como la fundición de Viña del Cerro en Copiapó, o de explotación, como los lavaderos de oro del estero Marga Marga que desemboca en la ciudad de Viña del Mar o la mina de cobre de San Bartolo, al norte de San Pedro de Atacama. Para sostener esta producción minera se trasladaron poblaciones desde distintos lugares, las cuales se dedicaban tiempo completo a las actividades asignadas. Estos grupos debieron ser mantenidos por la producción agrícola local, la cual cambia de escala al nivel de grandes centros de cultivo como el ubicado cerca de Socaire, en el salar de Atacama.
Hacia el año 600 d. C., as tierras altas del Norte Árido, así como los valles de su porción más septentrional, pasarán a ser parte de la esfera de intereses económicos de Tiwanaku, uno de los primeros estados que se desarrolló en el altiplano del sur de los Andes Centrales. Desde su centro en el sitio monumental de Tiwanaku, se llevaron a cabo dos estrategias diferentes para acceder a los recursos y relacionarse con las poblaciones de este lado de la cordillera de los Andes. Para los valles más septentrionales se optó por la instalación directa de colonias que coexistieron con las poblaciones locales y con las cuales hubo una fuerte interacción cultural y social.
Algunos de sus asentamientos se encuentran dispersos en el valle de Azapa, donde son conocidos cementerios como el de Cabuza. Por otra parte, para las tierras altas y los oasis de más al sur, especialmente con quienes habitaban alrededor del salar de Atacama, se privilegió el establecimiento de lazos de intercambio económico y político con las autoridades locales. Estas relaciones se vieron reforzadas por regalos de objetos de valor que los personeros atacameños recibían desde el altiplano, tales como las piezas de oro encontradas en tumbas de Larache.
En la medida en que se pasa a depender de cultivos que requieren de un tratamiento propiamente agrícola y el tamaño de los rebaños se hace más grande, el modo de vida Horticultor y Pastor se trasforma en una economía definitivamente agroganadera. Junto a las necesidades de sociales para organizar la producción agrícola, el ganado y sus diversos potenciales (carne, lana, otras materias primas o carga) general una vida en la cual surge más marcadamente la especialización.
Este potencial económico permite establecer lazo permanente de intercambios a larga distancia a determinados individuos dentro de cada grupo, sentándose las bases para la aparición de diferencias sociales marcadas.
Producto del desarrollo tecnológico propio y de la fuerte interacción con poblaciones de distintos lugares, hacia el año 500 d. C. las poblaciones de pastores y horticultores que habitaban el Norte Árido comienzan un proceso de complejización económica y social que dará paso a un modo de vida agroganadero. Este proceso tiene su clímax hacia el año 1000 d. C., cuando la mayor parte de la población vive en aldeas nucleadas, tales como Likan en el río Salado o en la quebrada de Codpa, y se desarrollan culturas como Arica, San Pedro o Pica-Tarapacá.
En su modo de vida es gravitante la tecnología hidráulica que les permite regar extensos campos, muchas veces hechos a partir de sistemas de terrazas construidas en las laderas de los valles. Del mismo modo, el pastoreo de animales ocupará otra importante parte de la vida diaria, manejándose grandes poblaciones de llamas y alpacas. Estas condiciones demandan una gran cantidad de trabajo colectivo, razón por la cual surge una organización social más compleja, en la que la existencia de autoridades locales se vuelve la norma.
El poblamiento inicial de América se realizó hacia finales del periodo Pleistoceno, en el cual reinaban condiciones ambientales completamente distintas a las actuales. Es un periodo de transición entre la Era Glaciar y el clima moderno, durante el cual las temperaturas eran más bajas y un parte importante de la tierra está cubierta aún de hielo. En este medio floreció en toda América, una población de grandes herbívoros hoy extintos, tales como el Mastodonte, el perezoso gigante, el caballo americano o el camello americano.Las migraciones de estos animales desde Asía, vía el corredor de tierra que la unía con América en lo que hoy es el estrecho de Bering,
fue lo que precisamente trajo a nuestro continente sucesivas oleadas de los primeros pobladores humanos a estas tierras,los cuales en gran medida se especializaban en la caza de esta megafauna pleistocenica. Seguramente su dieta incluía la recolección de raíces y frutos o la caza de animales menores, pero la organización social necesaria para cazar los grandes herbívoros, que generalmente además viven en manadas, y la gran cantidad de recursos que ellos producían, eran determinantes en su modo de vida. Su explotación producía alimento en forma de carne y grasa, pieles para toldos y sus vestimentas, así como huesos y tendones para fabricar herramientas.
Casi al mismo tiempo que se desarrolla el modo de vida cazador recolector tierra adentro, a los largo de las costas de Chile distintas poblaciones adoptan el medio costero como su fuente principal de sustento. Esto cazadores y recolectores marítimos aprenden rápidamente a extraer el potencial del mar, el que se manifiesta tanto en peces costeros, como moluscos, crustáceos, algas, así como en mamíferos marinos tales como lobos de mar, focas e, incluso, cetáceos.
Generalmente constituidos por pequeños grupos familiares se desplazaron principalmente a lo largo de distintos ambientes costeros, con breves incursiones tierras adentro donde también accedían a explotar recursos característicos de dichas tierras. En todo caso, dada la productividad que en general caracteriza a las costas chilenas, en muchos casos su movilidad era menor que sus pares de tierra adentro.
Al oeste del territorio estepario que caracteriza la patagonia andina, existe una enorme extensión de archipiélagos, fiordos e islas cubiertos de una muy densa selva fría. Este territorio no fue posible de colonizar por los seres humanos hasta que llegaron grupos de cazadores y recolectores marítimos que aparentemente formaban parte de la misma tradición que colonizó previamente las costas de más al norte.
Uno de sus primeros asentamientos se encuentra en el seno de Otway, al oeste de Punta Arenas. En su modo de vida es gravitante la disposición de canoas que les permitirán recorrer estas complejas costas y desde ellas mariscar, pescar o arponear mamíferos marinos. Su adaptación en el uso de estas embarcaciones ha hecho que sean conocidos como “canoeros”, cuyos exponentes más tardíos, yámana y kawashkar, todavía recorrían los canales australes a principios del siglo XX.
La zona Sur fue escenario para el desarrollo de grupos de cazadores recolectores con fuerte orientación marítima, cuyas fechas más antiguas llegan hasta el año 8000 a. C. En esta región, junto con la explotación de grandes cantidades de moluscos, se desarrollaron ciertas tecnologías de pesca ausentes en otros territorios o que no eran utilizadas con el mismo énfasis. Ejemplo de esto último es el uso de redes para atrapar peces en aguas bajas, práctica que ha sido inferida a partir de la alta frecuencia de pesas de piedra de distintas formas, ya que las redes propiamente tal no se han conservado.
Además, especialmente en el extremo meridional, las fuertes variaciones en los niveles de las mareas fueron aprovechadas con una tecnología simple pero muy eficiente. En momentos de marea baja se construyeron muros de pirca para formar recintos donde recoger a los peces que llegaban en marea alta y quedaban atrapados al bajar la marea. Esta técnica, llamada “corrales de pesa” es utilizada hasta tiempos históricos por comunidades de la Isla de Chiloé.
La riqueza del océano Pacífico fue, desde muy temprano, de atracción para las poblaciones del Norte Árido, las cuales con el tiempo desarrollaron una cultura de cazadores y recolectores marítimos, concentrados en los recursos del borde costero. Su modo de vida era tecnológicamente muy simple, aunque muy adaptado a sus necesidades. Colectaban mariscos, cazaban lobos marinos y atrapaban peces de las orillas. Esta simpleza, no obstante, caracterizaba únicamente sus herramientas de subsistencia, ya que, en el ámbito del ritual, desarrollaron una de las técnicas funerarias más complejas conocidas, la cual produjo las momias de la cultura Chinchorro.
Este complejo tratamiento debió estar en manos de especialistas y se aplicó prácticamente a todos los individuos, los cuales eran depositados en cementerios como los encontrados a los pies del Morro de Arica. En algunos casos, estos cementerios incluyen a grupos familiares completos, lo que parece ser una demostración de que la riqueza del océano Pacífico les permitió a estos cazadores recolectores ser menos nómadas que otros grupos de su tiempo. Hacia el año 3000 a. C., incluso habitaron en pequeños caseríos como Caleta Huelén 42, en la desembocadura del Río Loa.
En esta región es donde se ha identificado la presencia más antigua de cazadores recolectores marítimos, llegando a ser prácticamente contemporáneos con los últimos cazadores de megafauna. Uno de sus asentamientos originarios se encuentra en Punta Ñagué, al norte de la ciudad de Los Vilos, fechado cerca del año 11.000 a. C. Algunas de sus características culturales, muy similares a las de otras poblaciones tempranas de la costa del Pacífico, hacen pensar que este modo de vida podría estar presente en América desde su poblamiento inicial.
En un principio, su economía se basó en la recolección de moluscos y la caza de mamíferos marítimos, pero paulatinamente fueron incorporando la pesca, especialmente en la parte más septentrional después del año 4000 a. C., cuando se produjo la incorporación del anzuelo de concha en la tecnología de estos grupos. Descendientes de esta cultura seguirán con su modo de vida incluso hasta el siglo XVIII, formando parte de los grupos conocidos como changos que habitaron la costa prácticamente desde Arica a La Serena.
Una vez que se imponen las condiciones ambientales actuales, hace unos 11.000 años, y se extingue la megafauna se sientan las bases para el desarrollo del modo de vida que ocupará la mayor parte de la historia chilena y que en el extremo sur de Chile prevalecerán hasta comienzos del siglo XX. Este tipo de sociedades gira en torno a la explotación de los recursos silvestres que existen en cada ambiente que caracteriza la diversa ecología chilena.
Normalmente tienen una vida nómade y se organizan en pequeñas bandas de individuos unidos por parentesco, los cuales se desplazan a veces a grades distancias a lo largo de ciclo anual, pero generalmente dentro de un territorio relativamente definido. En algunos momentos la caza parece ser la principal fuente de sustento, mientras que en otras la recolección de vegetales va adquiriendo importancia en la constitución de la dieta.
Una vez desaparecidos los grandes herbívoros característicos del Pleistoceno, los cazadores recolectores que habitaban el Extremo Austral concentraron sus actividades de subsistencia en la caza del guanaco o el ñandú, aunque diversificaron su dieta con la recolección de vegetales. Su vida nómada se desarrolló principalmente en los grandes espacios abiertos de la estepa patagónica continental y en Tierra del Fuego, solo con breves incursiones a los bosques característicos de las montañas.
En muchos casos usaron las mismas cuevas utilizadas por sus ancestros cazadores de megafauna, tal como el llamado Cerro de los Onas en Tierra del Fuego. En estos territorios es donde este modo de vida cazador recolector terrestre perduró por más tiempo en el territorio nacional. Tehuelches en el continente y selk’nam en Tierra del Fuego, aún cazaban en estos parajes a principios del siglo XX.
Durante la última etapa de la transición entre el Pleistoceno y el Holoceno, manadas de grandes herbívoros subsistieron en algunos lugares del Valle Central, especialmente en áreas lagunares como la que existía en Tagua Tagua. Estos refugios ecológicos fueron también el último espacio para que se desarrollara el modo de vida cazador de megafauna, mientras que en el resto del territorio las poblaciones evolucionaron hacia la caza y la recolección de recursos modernos. Hacia el año 9.000 a. C., esto grupos relictos desaparecieron, mientras que los grupos cazadores recolectores se expandieron por todo el territorio. Sus restos han sido encontrados en grandes cementerios como el de Las Cenizas, ubicado en la Reserva Nacional Lago Peñuelas; en aleros cordilleranos, como en el estero El Manzano en el Cajón del Maipo, o en campamentos al aire libre, como los de Montenegro, al norte de Santiago.
Estos grupos confrontaron el impacto de la llegada de los cultivos y la alfarería alrededor del año 300 a. C. Pese a esto, no todos modificaron su modo de vida, coexistiendo e interactuando cazadores recolectores nómadas con los grupos más sedentarios y horticultores Llolleo y Bato, al menos hasta finales del primer milenio de nuestra era. Después de esto solo subsistirán en las partes más altas de la cordillera andina, aunque eventualmente bajaran hasta el Valle Central, incluso hasta mediados del siglo XIX. Extrañamente, los datos existentes hasta ahora no permiten inferir que en la costa de esta región se desarrollara un modo de vida especializado en recursos marítimos.
Al término del Pleistoceno, la vida de los cazadores recolectores de esta región se caracterizó por el habitual movimiento desde las tierras bajas, al borde de la ya completamente árida pampa, pasando por las quebradas precordilleranas y hasta el altiplano o la puna. Se especializaron en la explotación de los recursos asociados a las vegas dispersas en la cordillera, especialmente en aquellos momentos en que las condiciones ambientales se volvían más áridas.
De esta manera, la carencia de recursos disponibles imprimió a su modo de vida la necesidad de una altísima movilidad y de mantener la densidad de población baja. No obstante esto, su fuerte relación con los camélidos los llevó hacia el año 1000 a. C. a comenzar la domesticación de estos animales, situación que ha sido claramente identificada en asentamientos como Tulan 52, ubicado en el extremo sur del Salar de Atacama.
La investigación arqueológica sobre los grupos de cazadores recolectores de los valles interiores de este territorio no se ha desarrollado significativamente, pesa a que se ha registrado la presencia de estas poblaciones en lugares como el alero de Pichasca, ubicado en el Monumento Natural homónimo, al noreste de la ciudad de Ovalle.
Su movilidad los habría puesto en contacto con grupos trasandinos, con los cuales comparten varios rasgos culturales. Muy probablemente, por este mismo medio y hacia el comienzo de nuestra era, habrían llegado las innovaciones representadas por los cultivos y la alfarería, lo que daría paso a una profunda trasformación representada en el surgimiento de la cultura El Molle, una sociedad de horticultores semisedentarios.
Los cazadores recolectores del sur de Chile –siguiendo una tradición ya instaurada en Monte Verde, el asentamiento de cazadores de megafauna más antiguo de Chile se especializaron en la explotación de los recursos de los bosques que cubrían todo el territorio. Estos les brindaron recursos alimenticios, materias primas para sus herramientas y armas, abrigo o medicinas.
Se han encontrado sus restos en el alero Marifilo cerca del lago Calafquén, desde donde se desplazaban hasta los valles más bajos o hacia el otro lado de la cordillera. Con la llegada de los cultivos y la alfarería, hacia el año 600 d. C., su modo de vida fue desplazado por la vida más sedentaria y horticultora.
En determinadas regiones de Chile, el extenso conocimiento que se tuvo de los camélidos (guanacos y vicuñas) durante miles de años de cazarlos, llevo a su domesticación. Este control sobre la reproducción de los animales y su trasformación en ganado, comienza muy temprano, pero va en asociación con el uso de los primeros cultivos.
Se forma así un modo de vida donde la preocupación por los campos sembrados y los rebaños acelera el proceso de sedentarización. A la vez, la posesión de camélidos, que además de producir comida, son productores de lana y sirven para organizar el trasporte de recursos y bienes a larga distancia, imprime un sello característico a estas poblaciones.
En las tierras altas del Norte Árido, especialmente en lugares como la quebrada de Tulan, al del salar de Atacama, ocurre uno de los procesos que dará un sello característico a las poblaciones de esta área. El prolongado conocimiento de la conducta de los animales reunido por los cazadores recolectores les permitió la domesticación de guanacos y vicuñas, que por ese proceso se convirtieron en llamas y alpacas, dando paso a un modo de vida donde el pastoreo de estos animales será sustancial. Junto con esto, la incorporaciónde varias innovaciones desarrolladas a partir de la interacción con poblaciones del altiplano y el noroeste argentino, especialmente la horticultura de quínoa y maíz y la tecnología alfarera
sientan las bases para la formación de sociedades sedentarias como Tilocalar o Azapa, que tiene un sostenido aumento de la población y donde comienzan a aparecer los primeros indicios de jerarquización social. Sus aldeas nucleadas aparecen en todos los oasis y las quebradas del Norte Árido, destacando para la parte más tardía de este proceso las aldeas nucleadas de Tulor, en San Pedro de Atacama, o la de Guatacondo,
al este de Iquique, siempre muy cercanas a oasis poblados de algarrobos, cuya semilla fue recolectada y utilizada como harina o base para la confección de chicha.
Una de las grandes revoluciones en la historia humana está relacionada con la domesticación de las plantas, que por medio del cultivo se convertirán en la fuente principal de la dieta humana. El primer paso de este proceso, posterior a la experimentación inicial, se caracteriza por el modo de vida horticultor, caracterizado por sociedades que comienzan a adoptar paulatinamente el cultivo, innovación que en la mayor parte del territorio corresponde a la adopción a conocimientos del exterior. Estas sociedades mantienen mucho del modo de vida cazador recolector de sus ancestros, la caza de animales y la recolección de vegetales silvestres. Incorporada esta tecnología, el mayor cambio que se produce es la disminución del nomadismo, ya que los campos cultivados, si bien son pequeños y se riegan principalmente con fuentes naturales de agua,
requieren supervigilancia, razón por la cual aparecen las primeras agrupaciones de personas viviendo relativamente cerca por un largo periodo de tiempo. Asociado a este proceso en casi todos los casos se desarrolla la alfarería, otra innovación central en el modo de vida horticultor. Su origen en cada región responde a distintos factores, pero seguramente sólo fue posible cuando los grupos humanos de comenzaron a hacer más sedentarios. Esta tecnología, que produce los primeros materiales sintéticos de la historia humana, es decir elaborados por la unión de elementos y condiciones que no se dan en forma natural, servirá para almacenar, cocinar, fermentar y trasportar los frutos de la tierra.
Los cultivos eran conocidos en la Zona Central al menos desde hace 1500 años a. C., ya que los cazadores recolectores de la cordillera obtenían quínoa cultivada desde poblaciones hortícolas tempranas del otro lado de la cordillera. No obstante, no es hasta alrededor del año 300 a. C. que comienzan a ser cultivados localmente, especialmente quínoa y calabazas. En un principio no fueron demasiado importantes en la dieta, manteniendo grupos como Bato mucho de las características de sus ancestros cazadores recolectores, aunque diferenciándose por la adopción masiva de la alfarería.
Con el tiempo y especialmente con la incorporación de maíz, el grupo Llolleo se vuelve casi completamente sedentario, aunque por la falta de ganado doméstico sus necesidades de proteínas siguieron siendo suplidas por la caza. El modo de vida de estas poblaciones permitió la coexistencia de grupos que compartían ciertas características, pero con marcadas diferencias culturales y económicas. Caseríos Bato o Llolleo se encuentran en sitios como las instalaciones del diario El Mercurio o los alrededores de la Quinta Normal, en lo que hoy es la ciudad de Santiago.
Todo parece indicar que los cultivos y la alfarería llegaron al Norte Semiárido como innovaciones traídas desde fuera. Su incorporación dio paso al desarrollo del modo de vida horticultor, que caracteriza a la llamada cultura El Molle, muy íntimamente vinculado con los desarrollos culturales de San Pedro de Atacama y del noroeste argentino, lo que se evidencia fuertemente en las características de su alfarería, en los cultivos propios de su horticultura o en la importancia de la recolección de semillas de algarrobo.
No obstante mantuvieron algunas diferencias importantes que caracterizan su modo de vida, destacando que pese a la adopción de los cultivos no se incorporó la ganadería de camélidos, combinación económica propia de la mayor parte los grupos horticultores que habitaron en el Norte Árido. Los Molle ocuparon r la mayor parte de los valles trasversales del Norte Semiárido, tanto en asentamientos correspondientes a pequeños grupos, como el Valle del Encanto, cerca de Ovalle, o a grandes aldeas como El Torín, en el Valle de Copiapó.
Como parte de la misma difusión de ideas que trajo la alfarería a El Molle o Llolleo, los cazadores recolectores del sur iniciaron una trasformación de su modo de vida que dará paso a la llamada cultura Pitrén. Junto con este desarrollo tecnológico, se produce la incorporación a muy pequeña escala de cultivos, especialmente de maíz y papa, ya que la subsistencia seguirá dependiendo mayormente de los recursos naturales aportados por bosques, ríos y lagos.La mayor parte de la evidencia que existe sobre este pueblo proviene desde cementerios como los encontrados en la construcción de la carretera by-pass de la ciudad de Temuco.
Hacia el año 1100 d. C., en la parte septentrional de esta región, Pitrén da paso al desarrollo de la cultura El Vergel, cosa que no ocurre hacia el extremo meridional, donde Pitrén subsistirá hasta entrado el año 1400 d. C. Esta es probablemente la razón porque en la cultura Mapuche es posible advertir, especialmente en su alfarería, elementos que recuerdan a Pitrén.
Alejados de la tradición americana y portadores de la cultura polinesia, la población de la diminuta isla de Rapa Nui representa un caso único en la evolución cultural de la humanidad. Desde que un pequeño grupo legó a la isla, alrededor del año 8000 d.C., se alcanzó –en sus momentos de esplendor, unos 400 años después–una sociedad capaz de emprender obras colectivas de grandes dimensiones y complejidad técnica. Entre ellas destacan las plataformas ceremoniales o ahus, coronadas por grandes esculturas de piedra o moáis, o la aldea ceremonial de Orongo. Todo esto se logró mediante una economía basada en los recursos marítimos y en una horticultura capaz de florecer a partir del aporte de agua proporcionado por las lluvias,ya que en la Isla no hay ríos para canalizar el agua.
Con esta base económica y pese a sus limitaciones, los Rapa Nui construyeron una organización social muy compleja, con clases sociales y la segregación en distintos clanes que mantenían tensas relaciones, las que muchas veces desembocaban en guerras intestinas. Si bien este modo de vida fue exitoso durante un tiempo, la presión sobre los recursos y las frecuentes disputas llevaron al colapso de esta sociedad, la cual después de incluir a varios miles de personas durante su esplendor, llegó a solo un poco más de una centena de habitantes cuando la Isla fue anexada a Chile en 1887.
La innovación que significó la incorporación de los anzuelos y, posteriormente de las embarcaciones a algunos cazadores recolectores maritimoas, les permitió un giro en su modo de vida, pasando a ser la pesca una actividad dominante en la subsistencia.
En algunos casos, esta tecnología los facultó para que su producción pesquera ya no sólo satisficiera el consumo propio, sino que la posibilidad de intercambiarlo con recursos producidos por las poblaciones del interior.
El profundo conocimiento sobre los recursos marítimos y la incorporación del anzuelo dio un importante vuelco en la vida de los cazadores recolectores marítimos del Norte Árido, pasando la pesca a ocupar un rol protagónico en su economía. En tiempos tardíos la invención de la balsa de cuero de lobos potenció nuevamente su economía con la posibilidad de pescar a mar abierto y de cazar con arpones cetáceos, tortugas o pecesespada directamente en el mar. La productividad de estas actividades, especialmente de la pesca, significó que fueron capaces de destinar una parte de su producción al intercambio con las poblaciones del interior que bajaban desde los oasis y el altiplano a sus asentamientos costeros como los ubicados alrededor de la ciudad de Taltal.
A cambio de pescado seco, las caravanas traían maíz, quínuoa o lana de camélidos, pero también bienes manufacturados como textiles, alfarería u objetos de metal. La efectividad de este modo de vida pescador, cazador y recolector marítimo, así como la poca importancia atribuida por otras poblaciones a su territorio permitió que estos grupos sobrevivieran incluso hasta el siglo XIX en algunos lugares de la costa norte, formando la etnia Chango. Este modo de vida sigue siendo aún hoy practicado por poblaciones mestizas que siguen ocupandolugares como Caleta El Fierro, que fue el hogar de los antiguos pescadores.