Un nuevo mapa del territorio
En los valles de Chile central fueron impuestas demarcaciones administrativas y eclesiásticas sobre los espacios indígenas para homogeneizar a los territorios y sus poblaciones, cambiando el paisaje indígena local de modo irreversible. Las doctrinas de la Iglesia católica de la diócesis de Santiago eran las de Aconcagua, Colina, El Salto, Melipilla, Llopeo, Ñuñoa, Tango, y Aculeo, cada una conformada por pueblos y tierras anteriormente indígenas. Hacia 1650, estancias y haciendas, la siembra de trigo, el cultivo de la vid, la engorda de ganado vacuno y ovino, eran las formas productivas españolas predominantes. La progresiva disminución de la población nativa era una realidad, que junto al proceso de mestizaje configuraron otros actores sociales y nuevos sistemas laborales como el inquilinaje.
Muchas preguntas se abren desde la irrupción de los castellanos en Chile central y las consecuencias del contacto con las poblaciones nativas. ¿El mapudungun, el quechua, y otras lenguas indígenas que pudieron haberse hablado son similares a las que se escuchan hoy? ¿Qué historias y memorias yacen en topónimos como Apoquindo, Ñuñoa, Mapocho, Pudahuel y Maipú? ¿Qué ocurrió con las fiestas sociales y comunitarias de entonces, donde beber, cantar y bailar eran un espacio de reafirmación de lazos sociales, identidades y de memoria? ¿Serían los mismos cahuines de hoy?
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