Museo Chileno de Arte Precolombino

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Culto y Funebria

Los primeros rituales se iniciaban seguramente al nacer, con el corte del cordón umbilical. Seguían en la temprana infancia con las ceremonias del primer corte de pelo y la postura del primer taparrabo, junto al tatuaje de las piernas a los ocho años. En la pubertad, tenían lugar los importantes ritos de iniciación para ingresar a la vida adulta. Esta ceremonia, registrada por los viajeros europeos, era una verdadera escuela de aprendizaje. En ella, niños y niñas con el cuerpo pintado de rojo y blanco y adornados con unos colgantes llamados tahonga, eran recluidos por varios meses en la pequeña isla Moto Nui, ubicada frente a Orongo, para aprender de maestros y sabios los diferentes aspectos de su cultura (tradiciones, oficios, conocimientos sagrados, arte de la guerra, etcétera), combinados con juegos de destreza y fuerza corporal. Algunos eran seleccionados para dedicarse a actividades más específicas, como el arte del tatuaje o la escritura, o para ser artesanos escultores o canteros.

Las ceremonias de muerte ocuparon también un lugar importante, especialmente con motivo del funeral de algún miembro importante de la familia. El cuerpo del difunto, envuelto en una tela vegetal, permanecía uno o dos años expuesto al aire libre junto al ahu, hasta descomponerse. Posteriormente, sus huesos eran lavados y depositados en una cámara funeraria, construida en la misma estructura, lugar donde el alma del difunto se encontraría con sus antepasados, abandonando finalmente a sus familiares. Al cabo de un tiempo, se le recordaría en la ceremonia del Paina, una fiesta ofrecida por los deudos, que constituía un importante acontecimiento social. Frente al ahu se erigía una gran efigie —probablemente la misma imagen del muerto— formada de palos y telas vegetales pintadas con una cabeza modelada. En el ahu Tepeu quedan todavía señales de lo que fueron estas figuras del Paina.

La magia (maná) y los espíritus estaban siempre presentes en la comunidad. Cualquier objeto podía impregnarse con ese poder sobrenatural, especialmente aquel que residía en los hombres poderosos. Los cráneos grabados con diseños relativos a la fertilidad (por ejemplo, vulvas) encontrados enterrados en el piso de casas y gallineros, probablemente pertenecían a este tipo de personajes. Por su parte, los espíritus benéficos o demoníacos, podían encarnarse tanto en animales como en objetos, o constituirse en tutelares al estar relacionados con un territorio o una familia determinada. Cuenta una leyenda que un antiguo compañero de Hotu Matu’a observó casualmente a estos espíritus y decidió reproducirlos tallando en madera unas estatuillas de forma humana. Aquellas con las costillas salientes y el estómago hundido, representan a los espíritus masculinos y las con perfil plano y sexo señalado, a espíritus femeninos. Desde ese mítico momento hasta la actualidad, constituyen una de las expresiones más clásicas del arte pascuense.