Museo Chileno de Arte Precolombino

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Arte

Los rapa nui desarrollaron un avanzado y sofisticado arte megalítico, sin parangón en toda Polinesia, producto de una inusual devoción religiosa relacionada con el culto a los ancestros. En quinientos años, alcanzaron a edificar cerca de trescientos altares o ahu y tallaron en piedra más de seiscientos moais. Estas numerosas y monumentales realizaciones se explicarían por la necesidad de los diferentes linajes de competir por el poder, demostrando también un claro deseo de ostentación, construyendo obras cada vez mejores y más cuantiosas.

Los ahu reflejan un desarrollo arquitectónico gradual y continuo y sin influencias externas. Los más antiguos se caracterizan por sus grandes muros compuestos de enormes bloques de lava, ajustados con sorprendente precisión. De este período son los primeros moais. Más tarde, los altares crecen en tamaño; se agregan más moais. Presentan amplias rampas laterales y pavimento frontal, construidos ahora con bloques de basalto. El ahu Tongariki representa el máximo esfuerzo constructivo de este período clásico, con 15 imponentes moais con sus respectivos sombreros de escoria roja (pukao). En tiempos históricos, comienza la destrucción de los ahu y los moais y en su reemplazo se construyen estructuras semipiramidales utilizadas como crematorios y enterratorios humanos.

A diferencia de la Polinesia, donde las imágenes de los antepasados eran talladas en gruesos troncos, en Rapa Nui los moais fueron esculpidos en enormes bloques volcánicos. Se utilizó el duro basalto, la traquita y la escoria roja y, más tarde, las piedras del cráter Rano Raraku. Las esculturas promedian los cuatro metros de altura, excepto el moai “Paro” del ahu Te Pito Kura, que con sus 10 metros y 85 toneladas de peso, es la máxima expresión del megalitismo al servicio del impresionante poder político y religioso que se alcanzó en esta época. Cuando sobrevino el período de la decadencia, más de setenta moais quedaron inconclusos en sus canteras de origen.

Los moais, se esculpían directamente en la cantera, allí se realizaban las terminaciones de la cabeza, los ojos, la nariz y las orejas, y se le grababan “tatuajes” en la espalda. Desde la cantera eran trasladados al altar respectivo, arrastrados con cuerdas y armazones de madera. Luego, el moai era dispuesto de espalda al mar sobre la plataforma del ahu. El jefe del clan o ariki —vestido con una larga capa de mahute pintada, tocado con una corona de plumas blancas, y adornado con pectorales (reimiro) y pendientes (tahonga) de madera— presidía la ceremonia donde se investía al moai del poder que protegía al linaje y al territorio. En ese momento se le engastaban los ojos de coral blanco y obsidiana y se le ponía el enorme sombrero de escoria roja, a semejanza del turbante o moño teñido de rojo del ariki, signo de su condición divina.