Desde el borde mar al interior
El Reino de Chile alcanzaba esos territorios australes. Pero más al norte existía un espacio que se consideraba como periferia y que se situaba al sur del archipiélago de Chiloé. Allí, efectivamente se encontraba la frontera meridional, y que correspondía al sur de la Araucanía, entre el río Toltén y Chiloé, donde grupos mapuche, huilliche y junco ponían en jaque la presencia hispana. Al sur de aquella se localizaba la entrada a la Patagonia, tierras apreciadas por ser la puerta al estrecho, el confín del Reino, además de que la leyenda aseguraba que allí se encontraba la Ciudad Encantada o de los Césares, el lugar de grandes riquezas de oro, plata y piedras preciosas.
Era la Patagonia Occidental, conformada por un territorio continental y otro insular. El primero modelado por ríos caudalosos, serranías cubiertas de bosques y estepas con pastizales y habitada por puelche y poya, grupos cazadores y recolectores seminómades. Pedro de Valdivia, entre 1551 y 1553, envío a Jerónimo de Alderete y a Francisco Villagra a explorar el área de Nahuelhuapi. Muchos de sus habitantes fueron desplazados y llevados a las ciudades de más al norte. Puelche y poya fueron sometidos por medio de malocas o campeadas. Patagonia insular, la de los archipiélagos, fiordos y canales, también periferia del Reino de Chile y habitada por chono, caucaue, y otros grupos nativos, también canoeros. Esa franja insular fue formando parte de la ruta de navegación hacia las costas y territorios más australes.
Mucho antes de la llegada de los hispanos, esa ruta era surcada por embarcaciones indígenas, las dalcas. La Patagonia insular comenzó a ser reconocida desde inicios del siglo XVI, y sólo recién hacia el siglo XIX, la exploración se dirigió hacia la desembocadura de los ríos y luego hacia el territorio interior, cuya ocupación posterior se orientó principalmente a la explotación de los bosques de cipreses y a la gran producción ganadera. No era fácil abrir sendas en la espesura de los bosques o atravesar los pantanos y los terrenos anegadizos. Sin embargo lo lograron. Los cursos fluviales fueron ejes de paso en esa internación, además de convertirse ya en ejes de ocupación, hasta el día de hoy.
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