Museo Chileno de Arte Precolombino

Narraciones Indígenas > Yámana > La historia del hombre de piedra

Cierto día, una muchacha encontró en la playa una piedra que en todo se parecía a un niño pequeño, la levantó entonces y comenzó a jugar con ella, como juega una muchacha con su muñeca. Llevaba esa piedra en sus brazos, la mecía y la mimaba, le daba de comer y la adornaba, tal cual lo hace una madre con su niño de pecho.

Aquella gente entró  cierta vez en sus canoas para dirigirse a la parte occidental del Canal Beagle. Cuando llegaron a las cercanías de Sinuwaia la muchacha vio que su piedra se movía lentamente, como un lactante. Por cierto era y seguía siendo totalmente de piedra, pero los ojos, las palmas de las manos y las plantas de los pies eran exactamente como los de un forastero (europeo). La muchacha se alegró sobremanera por ello. Para que su niño de piedra no sufriera hambre, le dio inmediatamente el pecho. Pero este niño de piedra le arrancó de un mordisco todo el seno, en lugar de chupar de él. Poco después la muchacha falleció.

Desde entonces se hizo cargo del niño otra mujer. Esta lo cuidaba y lo atendía solícitamente. Cuando esa mujer le ofreció el pecho para que se alimentara, el niño de piedra le arrancó de un mordisco todo el seno. A raíz de ello falleció la mujer. Por cierto que todas las mujeres se asustaron por tal circunstancia, pero no obstante sentían compasión por el niño  de piedra, y otra mujer decidió finalmente hacerse cargo del niño. Ella lo cuidaba y lo calentaba muy bien, pero cuando le ofreció el pecho para que saciara su apetito, el niño también  le arranco todo el seno. A raíz de esta herida también murió esta mujer.

Todo ello finalmente enfadó e irritó a los hombres. Tomaron al niño de piedra y lo arrojaron al ancho canal, pero él nadó inmediatamente detrás de sus canoas, siguiendo su curso. Entonces lo atraparon nuevamente y lo arrojaron a la playa, pero el niño se levantó inmediatamente y corrió tras la gente, a lo largo de la costa; los hombres ya no podían librarse de él. Por último, todos ellos se apoderaron de garrotes y golpearon con ellos al niño de piedra, arrojaron contra él pesadas piedras, lo amenazaron con leños encendidos y lo arrojaron nuevamente al agua. Todo ello fue en vano: ninguno de sus esfuerzos para ultimar a ese niño de piedra o para librarse definitivamente de él tuvo éxito, éste seguía a esa gente siempre y por doquier.

Con el tiempo, este niño de piedra creció y se convirtió en un hombre. Como era tan grande y pesado los hombres ya no eran suficientemente fuertes para arrojarlo al agua o golpearlo contra la arena de la playa. Poco a poco, ese hombre de piedra se mostró incluso malintencionado e indomable, es más, constituía un peligro para toda la gente. Así fue como también comenzó a matar a algunos hombres y a secuestrar a las mujeres  de éstos para llevarlas a su choza, que se hallaba en un lugar apartado; ahí vivía con las muchas mujeres de que se había apoderado por la violencia en el transcurso del tiempo. También comenzó a molestar a la gente que vivía más lejos, solamente se salvó de ello la que poblaba Molinare  (en el canal al sur de la Angostura Murray) de la que no mató a nadie. Cuando divisaba cualquier otra canoa, la seguía muy de cerca, mataba a los hombres y llevaba a sus mujeres a su choza, en donde ya había reunido una gran cantidad de ellas con las que engendraba muchos descendientes. Sin embargo, mataba a todos los varones entre los recién nacidos; solamente dejaba con vida a las niñas y, cuando éstas habían alcanzado la edad adecuada, también engendraba descendientes con ellas. Como poseía numerosas mujeres, tenía mucho trabajo y debía esforzarse enormemente para traer suficiente comida para tantas personas, ya que a ellas no les permitía alejarse mucho de la choza para buscar alimentos. Él personalmente era en extremo fuerte; sin esfuerzo arrancaba de raíz un haya grande, cuando en sus ramas divisaba muchos de los pequeños hongos esef, o auachix y ashim1. Llevaba este árbol hasta la choza y lo colocaba de pie delante de la entrada, para que sus mujeres recolectaran los hongos y comieran abundantemente.

Apenas habían sido limpiamente quitados todos los hongos del haya, el hombre de piedra ya aparecía con otra. De esta manera ya había aclarado medio bosque.

Un día, mientras este hombre arrancaba de raíz una enorme haya, se clavó una gruesa espina en el pie. El hombre era por cierto enteramente de piedra, pero sus plantas del pie eran como las un forastero (europeo). Por eso su pie le dolía tanto que no podía apoyarlo en el suelo; sufriendo grandes dolores, pudo arrastrarse hasta su choza. “Me he clavado una gruesa espina en el pie”, le gritó de lejos a sus mujeres, “procurad arrancármela enseguida”. Sus muchas mujeres lo ayudaron a acostarse en su lecho y luego trajeron una lezna larga y puntiaguda, como las que se utilizan para perforar agujeros en un trozo de cuero. Entonces intentaron hurgar  con ella en la herida para aflojar la espina. Efectivamente localizaron esa enorme espina, pero ellas simulaban deliberadamente que la espina estaba hundida muy profundamente en la carne, y hurgaron cada vez más adentro, para que la herida se hiciera sumamente grande. El hombre de piedra apenas podía soportar todo esto, tan tremendo era el dolor en el pie. Las muchas mujeres en cambio continuaron hurgando. Lo trataban de calmar constantemente y le decían: “Pronto habremos llegado al lugar donde se aloja la espina. ¡Aguanta solo un poco más!”. Ya le habían abierto en el pie  un agujero amplio y profundo. El hombre ya había sufrido tanto que se durmió en su lecho; al rato roncaba fuerte y sonoramente.

Las mujeres reflexionaron ahora rápidamente cómo podían ultimar a ese hombre de piedra y la presente oportunidad les pareció muy favorable. Desde cierto tiempo atrás tenían consigo a un hombre pequeño, el muy astuto Omona2. Ellas lo mantenían cuidadosamente escondido en un agujero de la tierra que cubrían con ramas; nadie podía localizarlo allí. Sin ser vistas le llevaban regularmente de comer a ese hueco. Durante las horas que el hombre de piedra pasaba lejos de la choza, las mujeres dejaban salir a ese hombre pequeño para que tomara aire fresco. Todas las mujeres querían al pequeño. Puesto que el poderoso hombre de piedra dormía profundamente en ese momento, roncando sonoramente, las mujeres corrieron rápidamente al lugar donde se escondía el pequeño Omoma y le rogaron: “El malvado hombre de piedra duerme profundamente, ¡ayúdanos ahora a matarlo!” Inmediatamente se mostró dispuesto a eso y todas las mujeres respiraron aliviadas. El pequeño Omoma era extraordinariamente capaz y sabía fabricar armas excelentes. Ya antes había entregado a las mujeres muchas puntas de flecha  muy buenas, que ellas guardaban cuidadosamente, pues pensaban, desde mucho tiempo atrás, matar con ellas el hombre de piedra.

Cerca de su lecho, allí donde estaban los pies, hincaron en la tierra un fuerte palo cuyo extremo superior formaba una horquilla, levantaron su pierna y la colocaron en esa horquilla. En la profunda herida colocaron una lezna larga y gruesa. Desde un principio las mujeres habían colocado al hombre de piedra en su lecho de manera tal que sus plantas señalaban hacia la entrada. Ahora todas salieron quedamente de la choza y desde afuera pusieron fuego en toda la circunferencia de ésta. La choza estaba consumida desde mucho tiempo atrás y la leña del esqueleto estaba muy seca, por eso el fuego tomó rápido incremento. Entretanto, el pequeño Omama disparó rápidamente algunas flechas contra el pie sano del hombre de piedra. Esto despertó al herido, que se levantó de su lecho de un salto. Puesto que apoyó con fuerza ambos pies en la tierra, se hincó más profundamente aún en la herida la larga y gruesa lezna; el otro pie estaba considerablemente lastimado por varias puntas de flecha. EL dolor no le permitió mantenerse en pie y cayó nuevamente al suelo, donde las llamas lo envolvieron prestamente. Como el veloz Omoma le había disparado a tiempo dos flechas en los ojos, quedó totalmente cegado, imposibilitado para moverse de su lugar y para defenderse. Pronto se derrumbó también toda la choza sobre el hombre de piedra, y los troncos encendidos de la estructura cubrieron completamente su cuerpo. Ciertamente intentó levantarse en varias oportunidades, pero inmediatamente se desplomó. Después hubo un estampido intensamente fuerte, que se escuchó a gran distancia: todo  el hombre  de piedra estalló y reventó, los muchos fragmentos se esparcieron en todas direcciones.

Sin embargo, algo extraño ocurría: cada una de estas vivía y a su vez deseaba transformarse en un hombre de piedra íntegro. Todas las mujeres se esforzaban al máximo para arrojar nuevamente al fuego todas aquellas piedras que saltaban fuera de la choza en llamas hacia todas partes. Su intención era que todos perecieran en el incendio. No obstante todo el empeño, muchísimos trozos y fragmentos saltaban del fuego y sin descanso debían las mujeres recolectarlos y devolverlos a las llamas. Así lo había ordenado el pequeño Omoma. Por eso trabajaron con gran afán, a pesar de su profundo cansancio. Por último estalló el corazón del hombre de piedra. Esto causó un estampido mucho más fuerte aún, algo como un trueno muy intenso. El hombre de piedra estaba totalmente muerto. Los últimos fragmentos de piedra cayeron a gran distancia de su choza y ya no se movieron más.

Aún hoy en día se pueden encontrar tales teshi (boleadoras, usadas como plomadas para pescar) en aquella apartada región. En cambio, las muchas mujeres que el hombre de piedra había secuestrado se convirtieron en pájaros. Se trata de los tuwin3 , que aún en la actualidad se reúnen en grandes bandadas. El pequeño Omoma regresó poco después al norte; desde entonces puede ser visto, lo hace brevemente.

Toda la gente, incluso la que vivía más lejos, había vivido un largo tiempo permanentemente atemorizada; apenas si se atrevía a remar un poco mar afuera con sus canoas. De esto resultaba que a menudo debían pasar hambre. Desde hacía tiempo ya no se podían observar nada de estas amenazas por parte de aquel hombre de piedra. Algunos de estos hombres respiraron aliviados y emitieron su suposición “¡Aquel peligroso hombre de piedra probablemente esté muerto!”. Porque todos habían escuchado ese tremendo estampido, cuando el hombre de piedra estalló. Por último, algunos valerosos dijeron: “¡Rememos en dirección a su choza y esperemos a ver si se abalanza sobre nosotros!” ¡Si no se  hace ver, sabremos con toda seguridad que está muerto!” Decididos, salieron y llegaron muy cerca de la choza de aquél. Nada había allí que permitiera deducir su presencia o que se hallaba con vida. Esto tranquilizó mucho a los hombres, y muy contentos regresaron todos a su campamento. Al cabo de unos días, otros hombres navegaron hacia aquella región en que había estado la choza del hombre de piedra; pero ellos ya no encontraron rastro alguno de él. Ahora todos se mostraron muy aliviados y exclamaron: “¡El hombre piedra está muerto, somos nuevamente libres!”.

Lom, amor y venganza.
Mitos de los yámana de Tierra del Fuego.
Martín Gusinde, Anne Chapman.
Lom ediciones. 2006.