Museo Chileno de Arte Precolombino

Narraciones Indígenas > Yámana > La historia de la pareja de gansos marinos

En tiempos antiguos, las mujeres solamente llevaban como vestimenta su mas haka-na y el colgajo dorsal (el cubre sexo). Este último se lo quitaban normalmente en el interior de la choza. Cierta vez había una  madre que tenía un pequeño hijo. Su marido había salido, como siempre, a cazar; pensaba estar ausente varios días. La mujer se dedicaba, como de costumbre, a sus trabajos y quehaceres en la choza. Ella no reparaba mucho en su apariencia cuando se agachaba, pero su pequeño hijo la observaba atentamente y, así, pudo ver desde atrás sus partes pudendas. Esto lo divertía mucho y también pensaba constantemente en eso. Desde entonces exclamaba una y otra vez: “¡Eso allá me gusta!”.

Puesto que siempre decía las mismas palabras, su madre quería satisfacer sus deseos. Trajo mejillones y caracoles, erizos de mar y cangrejos, pescados y bayas; le mostraba uno tras otro estos presentes, ofreciéndoselos amablemente. Pero el niño rechazaba disgustado una cosa tras otra, apartando la cabeza; solamente repetía: “¡Eso allá me gusta!”. Al mismo tiempo señalaba las partes pudendas de su madre. Pero ésta no entendía lo que el niño deseaba. Por eso trajo canastillas y collarcitos, adornos de plumas y piedras bonitas, armas y utensilios, incluso pequeñas aves y un cachorro de perro. Pero el niño rechazó disgustado todo eso, se apartaba y decía una y otra vez: “Eso allá me gusta!”. Por último la madre quedó desconcertada y desorientada, ya no sabía qué hacer. No lograba descubrir lo que su hijito realmente deseaba y no podría comprender por qué siempre gritaba: “¡Eso allá me gusta!”, pues todo lo que estaba a su alcance ya se lo había mostrado y ofrecido, aunque nada de eso lo había conformado.

Por último la madre hizo como si estuviera muy cansada. Se acostó y simuló estar dormida; es que ella esperaba que su hijo también se durmiera pronto. Este en cambio se mantenía completamente inmóvil y también simuló estar dormido. Al rato, entonces, se levantó su madre, con el fin de echar una mirada a sus canastillas. Entretanto hablaba en voz baja para sí: “Iré a la playa y recolectaré mejillones”. Al instante tomó una canastilla y abandonó su choza. Muy pocos pasos delante de la vivienda ya se encontró con mejillones de buen tamaño, se agachó y los fue poniendo en su canastilla. Entretanto, su pequeño hijo se había levantado a medias de su lecho, mirando tras su madre. Cuando ésta recolectaba los mejillones de esta manera, el niño podía ver nuevamente sus partes pudendas y se solazaba con ello. Rápidamente se levantó de su lecho, se pinto de negro la cabeza, el rostro y el torso con polvo de carbón; las piernas en cambio, las pintó de rojo con imi. Así pintado abandonó la choza y corrió a la playa, donde estaba su madre.

Pasó junto a algunas mujeres, que también recolectaban mejillones. Disimuladamente observó también las partes pudendas de ésta desde atrás, pero no tocó ninguna. Cuando se detuvo junto a su madre “él puso su mano sobre los genitales de ella y empezó a jugar con ellos. Le gustó mucho y aumentó su deseo. A su madre le agradó también y se entregó a él”.

Para que las demás mujeres no pudiesen percatarse de lo que hacían uno con el otro, corrieron hasta su canoa, entraron en ella y se dirigieron a una isla cerca. Allí totalmente a solas se acostaron y tuvieron relaciones. Permanecieron juntos así por largo tiempo. Mientras hacían eso, se transformaron finalmente en aves.

Los dos abandonaron al día siguiente aquella isla solitaria y volaron de regreso a la playa, donde estaban las chozas de su gente, y se posaron sobre una piedra, justamente enfrente de aquella choza en que habían habitado. Entretanto, el hombre había vuelto de la cacería, pero no podía encontrar a su esposa ni a su hijo en  la choza. Por eso preguntó temerosamente a los demás: “¿Dónde están mi esposa y mi pequeño hijo?  No los veo en la choza ni en ninguna otra parte”. La gente le respondió: “Observa  aquella piedra: allí hay dos posados, que antes no estaban ahí. Aquellos dos shekus (pareja de gansos de Molina) son tu mujer y tu hijito. Se han enamorado sobre manera el uno del otro, ¡de modo que fueron transformados en aves”! Desde entonces los dos siempre se acompañan mutuamente y cohabitan, completamente aislados de los demás, hasta el día de hoy.

Lom, amor y venganza.
Mitos de los yámana de Tierra del Fuego.
Martín Gusinde, Anne Chapman.
Lom ediciones. 2006.