Museo Chileno de Arte Precolombino

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Indígenas canoeros. Canal Magdalena, 1828.

¿Cómo ocurrió que los habitantes originarios de este territorio austral ingresaron al conocimiento europeo del siglo XVI?

En 1519, Fernando de Magallanes le propuso a la Corte de España emprender una navegación para hallar una ruta que llegase a las Indias Orientales. Las naves Concepción, San Antonio, Trinidad y Victoria zarpaban de Sevilla. Los cerca de 230 hombres que integraban la expedición, descendieron por el río Guadalquivir hasta el puerto de San Lúcar de Barrameda, el que daba paso al océano. Emprendieron viaje y recalaron por algunos días en las Islas Canarias. Luego, las naves atravesaron el océano para alcanzar las Islas de Cabo Verde y navegaron rumbo al sur por la costa africana de Guinea y Sierra Leona. Traspasaron la línea equinoccial para llegar al actual puerto de Río de Janeiro. Sin nunca perder de vista al Continente, arribaron a Río de La Plata y Bahía San Julián donde descansaron varios meses para pasar el invierno.

Allí vieron un “hombre de estatura gigantesca, casi desnudo, que, bailando y cantando se echaba arena en la cabeza”. Su cara les pareció ancha y su contorno estaba pintado de rojo, al igual que sus ojos y pómulos. Su vestimenta estaba confeccionada con pieles cosidas, cuero de un animal que para los españoles tenía “cabeza y orejas de mula, cuello y cuerpo de camello, patas de ciervo y cola de caballo”, hoy sabemos que se trataba del guanaco. En su mano llevaba un arco corto y grueso, y flechas sujetas a una caña adornadas con plumas, y sus puntas eran de pedernal blanco y negro; a los españoles les llamó la atención que no fueran de hierro. Le mostraron algunas baratijas, entre ellas, un espejo, cascabeles, un peine y cuentas de vidrio.
Llegaron otros hombres y les ofrecieron a los españoles “unos polvos blancos hechos con la raíz de unas plantas”. Los españoles los invitaron a sus navíos, los hombres no tomaron sus cosas, las mujeres cargaron todos sus efectos. Les regalaron cuatro animales pequeños de los que se sirven para vestirse. Cerca de 18 hombres y mujeres subieron a la embarcación. Ellos eran los que habitaban en el extremo sur de la Patagonia continental, eran los aónikenk o tehuelches. Para los cristianos fueron los gigantes patagones.

Durante el tiempo de permanencia en Bahía San Julián, los españoles observaron sus modos de vida, las vestimentas y las viviendas utilizadas, sus alimentos, y todo aquello que pudieron inventariar sobre su forma de humanidad. Y al llegar la primavera, dejaron San Julián para seguir rumbo al sur. En octubre de 1519 encontraron el estrecho que daba paso a otro mar que nombraron Pacífico. Estaba rodeado de altas montañas cubiertas de nieve. Magallanes decidió navegar por él, sucediéndose las bahías, ensenadas y canales. En tierra divisaron unas hogueras, la “Tierra de los Fuegos” pensaron los españoles. Mientras navegaban, intentaban preguntarle al gigante patagón que llevaban cómo se llamaban las cosas que veían. Un día cayó enfermo, fue bautizado con el nombre de Pablo. Falleció poco después. A fines de noviembre salieron del estrecho con rumbo al archipiélago Filipino.

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